Nunca he sido capaz de escribir a diario, a una hora fija, un poco cada día. Es el consejo que les suele caer encima a todos los escritores novatos (creo que la primera vez que me lo crucé yo fue en Mientras escribo, de Stephen King) y siempre me ha parecido hasta contraproducente. Lo de las horas fijas a mí me amarga la vida y lo de un poco cada día no me ha funcionado nunca; yo soy más de atracones. Con una hora al día no me da ni para empezar, siempre me ha parecido que soy más productiva cuando llevo un buen rato escribiendo, después de tener tiempo para calentar.
Por eso siempre he pensado que la cagaría de mala manera participando en el NaNoWriMo, porque es justo lo contrario de lo que me siento cómoda haciendo. Y qué es eso de escribir sin corregir y revisar inmediatamente lo que tecleas, qué locura. Así que ahora estoy mirando al montón de palabras que tengo delante con cara de idiota, preguntándome de dónde ha salido tan rápido.
Lo de un poquito cada vez me sigue sin convencer. Algún día he tenido que hacer un esfuerzo para dejar de escribir al llegar a la media de palabras, porque me daba la impresión de poder seguir mucho más rato, pero me conozco y me habría quemado enseguida haciendo maratones diarios. Estoy convencida de que la diferencia ha sido la decisión de darle vacaciones a mi editora mental y seguir adelante (casi) sin revisar. El primero de noviembre me di permiso para escribir lo que me diera la gana y algunos días ha sido casi en automático, en plan surrealista: teclea todo lo que se te pase por la cabeza.
Lo que digo, totalmente antinatural.
La revisión me da bastante miedo, eso sí. Va a ser muy gracioso, porque las escenas están desordenadas y los diálogos sin formato o narrados de forma indirecta y hay una cantidad indecente de exposición que no se puede quedar así. Cuando termine voy a tener que echar cuentas y ver si me compensa, comparado con mi método normal. Y sospecho que, cuando termine la poda, esas 50000 palabras se van a quedar en menos de la mitad, aunque es algo con lo que ya contaba. También estoy segura de que la solución es un término medio entre la locura que ha sido este mes y lo que venía haciendo hasta ahora.
En fin, que mi malvado plan era escribir una novela de extensión normal compuesta de tres novelas cortas, aprovechando que el formato está de moda y que el objetivo del mes era más manejable partido en trocitos pequeños (y sabiendo que, si me rajaba, por lo menos tendría una de las tres). Así que mi objetivo era terminar tres novelitas de unas 17500 palabras cada una, haciendo un total de 52500 y ese va a ser el reto de diciembre, terminar de apalear el texto, a ver si queda más o menos presentable y dentro de esos límites.
Ah, y un título. También me hace falta un título.