Llevaba todo el mes tirándome de los pelos por el fallo de la antología de cachava y boina de la Editorial Cerbero. En parte por la falta de costumbre, porque hacía siglos que no mandaba nada a ninguna convocatoria, pero también porque sabía que era dificilísimo entrar. El día que contaron que habían recibido más de quinientos cuentos casi me muero de la risa. Y esta tarde han anunciado los primeros siete cuentos seleccionados y el mío estaba entre ellos. Creo que no me lo he creído hasta verlo en vídeo. Varias veces.
Me encanta escribir, no hay nada que me guste más, pero luego no soporto enseñar lo que escribo. No estoy exagerando para hacerme la interesante; hay material ahí para mantener ocupados a diez psicólogos argentinos el resto de su vida. Después de varios años escribiendo sólo para mí, este verano he vuelto a mandar cosas a revistas y editoriales y, dios, casi se me había olvidado cuánto lo odio. Me mata la espera, de verdad, aunque me acepten el texto siempre me quedo con la duda de si el esfuerzo me compensa. En el fondo creo que sería muy feliz imitando lo que dicen que hacía J. D. Salinger, que según terminaba un libro, lo metía en una caja fuerte y se ponía con el siguiente. Que a saber si será verdad, pero es una historia que siempre me ha hecho mucha gracia.
Y no sé, ahora mismo me parece que me compensa. Llevo toda la tarde dando saltitos como una idiota.
En fin, el cuento se llama Deli bal y, como suelo decir, es fantástico flojito. Con portentos de andar por casa. Me he inventado un valle entero en León para que sus abejas tuviera sitio de sobra para volar y es bastante posible que repita.
Creo que allí pasan cosas todavía más raras.